Ayer, por trabajo más que por gusto, asistí a un par de mesas de discusión, parte de un Coloquio sobre la democracia en América Latina. Lo que escuché, la verdad,
no fue más que obviedades; sin embargo, algo llamó mi atención en una de las ponencias:
el orador, cuyo nombre dejaré en anonimato para no ventanear a nadie,
tenía una melcocha de términos bárbara en su exposición. A veces decía "legitimidad" cuando lo que quería decir era "legalidad"; otras hablaba de "gobernanza" refiriéndola como "gobernabilidad". Una pena.

Para
Umberto Eco, "stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus":
sin nombre la rosa no existe. El valor de las ciencias sociales radica en que
podemos dar nombre a los ángeles y demonios que dominan la realidad política, social, económica e histórica. Como científicos sociales, desde la práctica o la investigación,
definimos qué ocurre en nuestras sociedades y damos herramientas de gran valor a aquellos que pueden transformar las realidades. Es decir, de nosotros depende moldear esta realidad en problemáticas; de los tomadores de decisiones depende transformarlos en planes y programas.
Pienso que el
no tener claro este rol importantísimo del lenguaje es lo que ha llevado a lo que en alguna discusión dentro de este Coloquio se denominó "malestar con la democracia". Y eso lo apuntó muy bien
Ernesto Ottone (foto) de la CEPAL en su ponencia:
no hay que confundir democracia con desarrollo, o mercado libre con neoliberalismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario