miércoles, 19 de octubre de 2005

Castañeda


La recomendación emitida este martes por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos respecto del caso Castañeda pone en evidencia dos cosas: la fragilidad de las instituciones mexicanas y la preeminencia de una elite agotada y cerrada en sí misma.
La aparente "confusión" entre el IFE y la Secretaría de Gobernación parece no ser otra cosa que un problema de intereses. El IFE es una institución creada y moldeada desde el poder y para él. El poder es de los partidos políticos, y hasta los respetables consejeros del instituto electoral entienden que no se puede morder la mano que nos alimenta. Por eso se entiende el intento de jugar a la "papa caliente" con el asunto.
Y desde luego, todo el entramado legal e institucional del país está creado a partir de los intereses de los partidos políticos y de sus elites. Como dijera mi querido profe Carlos Sirvent, la suma de las parcialidades no produce la imparcialidad: el diseño de la ley y de las instituciones sirve a los intereses de los partidos, de ahí que el COFIPE sirva para regularlos a ellos, para mesurarlos, para cuidarlos unos de otros.
Por otra parte, la elite es una estructura cerrada en sí misma. Vemos las mismas caras, escuchamos los mismos discursos, y presenciamos los mismos enfrentamientos todo el tiempo. La fragmentación de los partidos es otra evidencia de que el sistema está agotado y no deja aire a la circulación del poder.
¿Es viable una candidatura ciudadana como la que propone Jorge Castañeda? Con la ley como está, es imposible. Sin embargo es deseable. ¿Y será viable en términos reales, es mínimamente posible que gane? Desde luego. La historia de Fujimori es elocuente a ese respecto, y los paralelismos son impresionantes: Perú enfrentaba una crisis institucional severa, los partidos políticos no tenían credibilidad alguna, y el "chinito" se lanzó a las calles, a hablar en plazas y mercados, a convencer de a poco a mucha gente, hasta que sorpresivamente venció al candidato favorito en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1990: el reconocido escritor Mario Vargas Llosa.
¿Será Castañeda nuestro Fujimori, en el mejor sentido de la comparación? Ojalá. A los partidos les hace falta una buena sacudida.

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