martes, 4 de octubre de 2005

A mí me pasó....


Eran las 12:00 horas de un domingo cualquiera en la Ciudad de México. Yo estaba estacionada sobre una concurrida avenida, en doble fila (hay un por qué al reglamento de tránsito, aunque no lo parezca) esperando a que mis padres regresaran de dejar algo en casa de mi abuela, como media cuadra adentro de un andador de Coapa. Yo tenía la ventanilla unos 15 centímetros abierta y esperaba.

Un tipo se me acercó. Me dijo “Tranquila, abre los seguros, traemos una pistola”. Volteé a mi derecha y dos tipos más estaban del otro lado. El fulano repitió tranquilamente la consigna.

Es un cliché decir que en situaciones extremas tu vida entera pasa por delante de tus ojos. Pero es cierto, y además, a la velocidad del pensamiento pasan también las miles de notas periodísticas que has escuchado sobre secuestros, violaciones, homicidios, etcétera. Y en esos tres segundos, también pensé en mi pobre abuela, en cómo le iban a avisar a mi compadre que vive en Estados Unidos, en mis hermanos, en mi amiga Mónica, en las cosas que no había hecho, en las que había dejado a medio hacer (mi ropa limpia estaba en la secadora), en cómo crees que estos cabrones se van a llevar mi coche nuevo. Y entre la avalancha de ideas, pensé “si no veo la pistola, no existe”.

Mientras encendía el coche, le solté una mentada de madre al fulano, arranqué y huí.

Esta experiencia, por afortunada que sea, fue también tortuosa. Ni pensar en qué hubiera pasado si de verdad hubieran tenido un arma (ahora nunca lo sabremos), si hubiera sido sensata y obediente (a mi padre le consta que me resulta imposible) y les hubiera abierto los seguros, si de verdad se hubieran llevado mi coche o a mí.

Lo peor es que este tipo de experiencias está cada vez más cerca de nosotros. Ya no se trata de “un amigo me contó que a su tío…”, “me platicaron que al primo de fulano de tal…”; ahora, este tipo de experiencias son cercanas, nos pasan a nosotros, a nuestros familiares y amigos, a gente cercana. Ya no se trata del secuestro de la hija de un empresario poblano, sino del secuestro de un tipo que a penas sale tablas a fin de mes, pero que estuvo en el lugar y momento equivocados (últimamente, cualquier lugar y momento parecen ser equivocados).

Y las cifras son alarmantes: uno de cada cuatro secuestros es denunciado en el DF, y se estima que hay 300 al año; la cifra de secuestros entre el 2003 y 2004 se incrementó de 136 a 156, lo que ha colocado a la capital en la número uno, o lo que es lo mismo, el lugar en el que estadísticamente te tocará en algún momento.

La iniciativa ciudadana es muy importante: México unido o Ni 1 más son foros en los que la ciudadanía puede denunciar y hacer propuestas para enfrentar este mal, pero también puede participar y decir ‘ya basta’.

Lo importante es no caer en la frustración y la impotencia. Ciertamente no hay mucho qué hacer, más que tomar todas las precauciones (como no esperar en el auto, ni siquiera un domingo a las 12:00 en Coapa), y rezar por que no te pase. Pero también educar: predicar con el ejemplo, obedecer las reglas, las leyes, ser ciudadanos verdaderamente comprometidos con nuestro país. Si poco a poco podemos reeducarnos a nosotros mismos, tal vez todavía exista esperanza de cambio, para nuestro propio bien.

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