viernes, 30 de junio de 2006

Transición a la mexicana: hoy

El día de hoy, pese a que hay un órgano ‘independiente’ que se encarga de la celebración de elecciones, pese a que hay cierta libertad de prensa y competencia de partidos, el panorama no ha cambiado mucho. El sistema político sigue siendo presidencial: por lo tanto, la cuestión de la construcción de mayorías –institucional o no- continúa, o debería continuar, presente en la agenda de los políticos; el sistema de partidos ha promovido la disciplina partidista férrea en todos ellos. Y sin embargo, mucho cambió. ¿Qué ocurrió? La clave del cambio está en el sistema electoral.
Una de las consecuencias de la reforma electoral de 1962-1963, que había abierto la posibilidad a los partidos de oposición para alcanzar curules en la Cámara Diputados, fue que había otorgado una mayor presencia y fuerza a la oposición, en especial al PAN. Sin embargo, el fraude cometido contra este partido fortaleció la postura de no presentar candidato presidencial en 1976, mientras que ese mismo año, la oposición de izquierda presentaba un candidato sin registro. De tal suerte, el dilema que se le presentaba al PRI era la cuestión de no contar con una oposición para legitimar el ejercicio electoral.
Junto con esta cuestión, se encontraba también el hecho de que las fuerzas de izquierda, tras el movimiento estudiantil de 1968, habían radicalizado sus posturas, generando inestabilidad. Esto llevó a la reforma política de 1977, con la cual se pretendía otorgar a las fuerzas de izquierda el ingreso a la vida institucional del país.
Esta reforma, según Alonso Lujambio, tuvo consecuencias positivas. Por una parte, obligaba al PRI a entablar el diálogo con las fuerzas opositoras, tanto de izquierda como de derecha. Este diálogo ocurrió en particular en la Cámara de Diputados, que a través de las fórmulas de diputados de partido daba un cierto poder de interlocución a los partidos opositores en una Cámara aún dominada por el PRI.
La ruptura del PRI en 1987 fue facilitada por la reforma de 1977, ya que al incluir a la izquierda en el juego institucional, permitió que el electorado tuviera más opciones ideológicas. Esto, de principio, representó una serie de ventajas para el PRI, como el hecho de que la oposición venía de polos tan opuestos del espectro ideológico que tendía a dividir el voto, además de que difícilmente se lograría un acuerdo para abstenerse de participar en las elecciones, lo que permitiría conservar una imagen democrática del sistema. Aunada a las secuelas de la reforma de 1962-1963, resultaron en el primer gobierno dividido en la historia posrevolucionaria, en donde la Cámara de Diputados estaba dividida sin que nadie tuviera la mayoría calificada. Dado que el programa político de Carlos Salinas de Gortari requería de reformas constitucionales, el partido se vio obligado, más que nunca, a negociar con las otras fuerzas políticas, concretamente con el PAN.
La última reforma que se hizo al sistema electoral fue la ‘definitiva’ de 1996, en la que: para la cámara baja se fijó el 2% de votos nacionales para que un partido accediera a los 200 escaños de representación proporcional; las fórmula de integración de la cámara fija como tope un máximo de 300 escaños para el parido mayoritario, pero se hace prácticamente imposible que un partido alcance una mayoría calificada, lo que le impide hacer modificaciones a la Constitución; por otra parte, un partido no podrá contar con una cantidad de escaños superior al 8% de la votación nacional que haya recibido; finalmente, el senado contará con 128 escaños, de los cuales, 32 serán electos por representación proporcional a través de una lista única.
¿Qué ilustra esta diatriba de reformas? Que el sistema electoral fue moldeado por el sistema de partidos. Que fue hecho a la medida de las necesidades de los actores que participaban en él. Y, en cualquier sistema político, la vía suele ser inversa: el sistema electoral moldea el sistema de partidos.
Por si fuera poco, se ha creado un circulo vicioso entre el sistema electoral y los partidos. Veamos:
De acuerdo con Arendt Lijphart existen dos modelos de sistemas electorales. El primero es el mayoritario, y suele tener como características principales: un régimen de estado unitario y unicameral y un sistema electoral de mayoría (del tipo ‘winner-takes-all’), mismo que tiende a producir sistemas de partidos bipartidistas. Por otra parte, el modelo consensual es característico de regímenes federales, presidenciales, bicamerales y un sistema electoral de representación proporcional, que produce sistemas multipartidistas.
En México, podemos decir que contamos con un diseño constitucional mixto, ya que presenta características de ambos modelos a distintos niveles. Por un lado, puede considerarse que el modelo mayoritario aparece por el unicameralismo en el nivel estatal; además, por el sistema electoral mayoritario que existe para elegir a los cuerpos colegiados, desde los cabildos hasta las Cámaras del Congreso. Elementos del modelo consensual aparecen en el régimen presidencial, en el bicameralismo y en el federalismo.
De acuerdo con el ya citado Lujambio, desde los años de 1950, la preeminencia del elemento electoral de carácter mayoritario, más la concentración de poder en la presidencia de la República, pervirtieron los mecanismos consensuales del diseño constitucional original, llevando a un sistema hipermayoritario. Con las reformas electorales de 1962-1963 y 1977, se abrió la posibilidad de reforzar el carácter consensual de las asambleas locales y federales, y la posibilidad real de la oposición de acceder a gubernaturas, municipalidades e incluso a la presidencia, lo que, podría pensarse, ha llevado al México de ayer desde un sistema mayoritario-autoritario a uno de carácter consensual-democrático.
En realidad, parece que el diseño institucional consistió en hacer el pastel más grande, en vez de repartir pedazos menos pírricos. De esta manera, los legisladores electos por representación proporcional están al servicio de sus partidos, no de los electores. Mientras, los que en efecto contienden en las elecciones, se avientan 'el torito' porque ya tienen seguro el triunfo -pregunten a Döring si no. Entonces el sistema se ha pervertido: ningún partido quiere aventarse otra reforma porque en definitiva significará ceder espacios de poder, y aunque ustedes salgan a votar este domingo, así voten por Patricia Mercado, no estarán contribuyendo a que algo cambie en el sistema político. Ese espacio, me parece, no depende de nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes...

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