miércoles, 5 de julio de 2006

A la distancia

Quien diga que es posible ser objetivo, tiene el caracter de una lechuga: es francamente imposible hacer un análisis desprovisto de todo sesgo ideológico, cultural, o hasta metodológico y teórico.

(OJO: Pese a mi alergia a los PhD's, no dejo de saberme científico social...)

Estoy tratando de hacer un esfuerzo para distanciarme de lo que está pasando, lo cual, al nivel del debraye que podemos alcanzar algunos politólogos, es muy difícil. Sin embargo, esto es lo que puedo vislumbrar:

Resultados del PREP
¿Qué es esto?

Así, a la distancia, parece que esa idea que nos repetimos a nosotros mismos todos los días, en todos los medios, cuando viajamos por aquí y por allá, en las charlas de los cafés, en los debates con colegas, es cierta: hay dos Méxicos. Este mapa (con las 2 circunscripciones que ganó Calderón en azul, y las tres que ganó AMLO en amarillo) es a primera vista una evidencia de que el domingo vivimos la primera elección ideológica que ha habido en este país, quiza desde las guerras de Reforma.

Una pregunta fundamental que debe responderse cualquiera que estudie con seriedad los procesos electorales, es por qué vota la gente. Para responderla puede uno hacer cualquier cantidad de hipótesis, encuestas, entrevistas, estudios o debrayes, pero invariablemente llegamos a la misma conclusión: la gente vota porque le interesa el resultado. El 2 de Julio pasado, la gente salió a las urnas porque quería saber qué iba pasar, porque estaba más o menos claro que había dos opciones y ninguna más, y porque le interesó en ese momento que su visión del mundo, representada por quien corresponda, tenía que sobrevivir y prevalecer.

No sé si la gente que votó por Calderón lo hizo por miedo, manipulación, o porque les pareció sensata su propuesta económica. Ignoro si los que votaron por AMLO lo hicieron igualmente por miedo, manipulación, o porque les pareció que su mensaje era esperanzador. Lo cierto es que así se votó: mitad y mitad, haciendo una diferencia clara entre dos Méxicos, entre dos formas de ver el mundo, entre dos intereses encontrados y perfectamente contrapuestos.

Es natural que el perdedor (a estas alturas cualquiera, adepto a uno, a otro, o a ninguno) se sienta "impotente, traicionado, decepcionado e iracundo" como me comentaba un amigo en un correo. Mi experiencia más que mis letras me señalan que para el mexicano en general, la derrota representa un golpe al ego, un ultraje a la dignidad y por supuesto desata bajas pasiones. Alguna vez, y hablando de grillas menores que nada tienen que ver con esto, un profesor de la UPN amigo mío me decía "al mexicano no se le olvida nada". Se refería precisamente a ese cúmulo de rencor que nos enseñan a alimentar en la escuela, ya sea a los españoles que 'nos conquistaron', a los gringos que 'nos imponen sus modas', a los organismos internacionales que nos 'dan línea de políticas públicas', a la izquierda 'populista' a la derecha 'intolerante', al ex gobernador 'por ladrón', al ex presidente 'por asesino', a la ex esposa 'por gandalla'...

En este México a dos tintas, es y será siempre fácil identificar las dos partes del drama: a la víctima y al victimario, y por supuesto que siempre será mejor estar en el primer cajón, porque ser un cabrón no tendrá rating nunca.

Otra cosa que me llama la atención del México post 2 de julio es la siguiente, y cito a otra querida amiga mía: "Estoy preocupada y triste por la forma en que el IFE ha desarrollado el proceso electoral". La cito además porque es algo que me han repetido otros colegas, y que he podido entrever en los discursos de algunos actores políticos. Tenemos una desconfianza natural y patológica hacia las instituciones. En alguna parte escuché que "¿por qué no traemos a alguien que no sean los partidos y no sea el IFE a contar los votos?" Este tipo de comentarios es propio de una sociedad que carece de una sólida tradición institucional, y que muestra recelo por la ley y la autoridad.

¿Qué hacer? La coyuntura actual nos obliga a reflexionar, pero también a actuar. No pienso que más de medio siglo de luchas por conquistar el espacio público (porque, queridos amigos, la lucha la empezó Gómez Morín en 1939 y no Cuauhtémoc Cárdenas en 1988) haya pasado de noche. Creo que tenemos que darle un voto de confianza a las instituciones, dejar que el IFE haga su chamba (aunque signifique contar boleta por boleta dos veces) y 'pasar a lo que sigue'.

En la agenda queda, por supuesto, pendiente la cuestión de cómo vamos a entender y hacernos entender que, en democracia, la victoria de uno no significa el exterminio de otro...

1 comentario:

  1. Muy buen artículo Nadia!... Me pareció un poco largo, pero excelente contenido! Saludos!

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